Redignificando la basura con neuroarquitectura

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Desde los primeros semestres de la carrera de Arquitectura, empecé a notar en publicaciones feisbuqueras que más del 60% de las publicaciones y noticias eran con encabezados de: “Nos estamos agotando los recursos”, “Se encuentran islas de toneladas de basura flotando en los mares”, “Incendios forestales”, “Calentamiento global y el derretimiento de los polos”, etcétera, etcétera. Saber esto me ocasionó ansiedad y me sentí con una gran responsabilidad. Como cualquier persona preocupada por su planeta, empecé con acciones pequeñas. Emprendí como rutina: separación de mis residuos; creé una composta y mi propio huerto. Todo este proceso de cambio paulatino de tres años en familia no fue nada sencillo.

Sin embargo, aunque había reducido mi huella ambiental el salir a la calle y continuar viendo las acciones de las personas sin ninguna responsabilidad ambiental era señal de que todo cambio es inevitablemente personal. Y de que la problemática subsistirá mientras prevalezca la ignorancia o falta de conocimiento. Por ello, tomé varios cursos en torno a temas de reciclaje, composta, huertos, entre otros.

Esto logró hacerme cada vez más consciente de la incipiente realidad alrededor del manejo de residuos sólidos, caso que se intensificó con la pandemia. Por ejemplo, camiones de basura sin separación de residuos, centros de acopio escasos y distantes, programas de gobierno (reciclatón) esporádicos.

Por todo lo anterior, muchas dudas inundaron mi cabeza llenándome de angustia: ¿Por qué a la gente no le importa cuidar el planeta? ¿Por qué es tan difícil para las personas separar la basura? ¿Por qué existe la basura, en primer lugar? Muy a pesar de mis acciones individuales reflexioné que, quizá debía replantear mis preguntas hacia un “cómo” en vez de un “por qué”: ¿Cómo hacer para que a la gente sí le importe cuidar el planeta? ¿Cómo facilitarles a las personas la separación de la basura? ¿Cómo hacer para que deje de existir la basura o por lo menos que se reduzca la cantidad? 

Toda esta ansiedad y preocupación en mi pecho cesó y fue un impulso y motivación para descubrir que podía llegar más lejos. Así que, mi tema de tesis fue desarrollar un proyecto que diera solución a mis reflexiones: un centro de acopio.

En ese momento mi asesora de tesis no vio un centro de acopio como un tema de tesis complejo, tratándose de sólo un “bodegón”. Por supuesto en mi mente no había una idea simple y tuve que convencerla de que me diera la oportunidad de presentarle mi sustento teórico e investigativo; en caso de no entrar en los estándares de un trabajo de tesis cambiaría mi tema, pero no antes.

¿Cómo convertir un centro de acopio, como el que todos conocen, en algo que cambiaría la manera de pensar de las personas sobre la basura y la contaminación? Porque centros de acopio ya existen, pero sigue habiendo basura en las calles.

Redignificando la basura con neuroarquitectura

Al leer varios libros y artículos sobre la basura y el reciclaje me hicieron comprender que la “basura” en realidad no existe; como nadie quiere a la basura porque huele feo, está sucia y atrae animales, entonces, es algo que no sirve y no tiene ningún valor; pero ¿qué pasaría si lo reciclaras? Entonces ¿la basura existe? No, somos nosotros los que tenemos el poder de hacer que exista. Así que a partir de ahora dejemos de referirnos a ella como “basura” y empecemos a decir “residuos”.

Los residuos sólidos son materiales de valor que pueden volver a ser utilizados para crear otros productos y volver a tener una vida extendida y útil que los incorpore a la producción industrial. A este proceso se le llama economía circular (Parlamento Europeo, 2021).

Partiendo de todo esto, yo tenía que hacer que mi proyecto hiciera a las personas querer llevar sus residuos al centro de acopio para poder ser reciclados y así se convirtieran en otra cosa útil, ¿pero cómo haría eso, si ya existen los centros de acopio y casi nadie lo hace? 

Claramente me di cuenta de que hace falta mucha educación ambiental a pesar de existir talleres y programas, pero simplemente la gente no se interesa en tomarlos. Así que, de nuevo la misma pregunta pasaba por mi mente, ¿cómo haré que mi proyecto haga a las personas querer reciclar? A través de encuestas logré obtener las anheladas respuestas en mi mente. Así conocí la ignorancia en torno al tema y las debilidades y fortalezas sociales de la gente. Ahora sí sabía por dónde comenzar.

Lo segundo me remitió a dos recuerdos estratégicos de mi infancia: el restaurante McDonald’s y el Museo del Papalote del Niño, por ser lúdicos. Eran tan divertidos que jugaba y además en el segundo, sin darme cuenta, aprendía divirtiéndome. Entonces ahí hicieron clic en mi cerebro tres conceptos: Diversión, Residuos, Aprender. 

El concepto de mi proyecto sería un centro de acopio de separación de residuos sólidos; educativo, pero lúdico, recreativo y divertido. Un espacio donde la gente aprendiese a llevar un estilo de vida más ecológico y sostenible. Al cual denominé: Centro Ecológico Multifuncional de Acopio y Reciclaje (CEMAR).

El CEMAR realizará las funciones de cualquier centro de acopio: recibir, separar, clasificar, procesar y distribuir los residuos para que estos lleguen a tener un manejo y proceso adecuado para su reciclaje. Y, la diversión comenzará cuando el usuario ingrese al centro y experiencialmente viva ese proceso lúdicamente, a través de la estructura, formas y colores divertidos de la misma arquitectura. 

Redignificando la basura con neuroarquitectura

Su diseño es un recorrido donde el usuario experimenta el espacio neuroarquitecturalmente con diversión y asombro todo el tiempo de su estancia. De esta manera analógica al proceso industrial del reciclaje, el usuario adquiere un gusto por esta nueva cultura del manejo de residuos sólidos. En consecuencia, el usuario tendrá paralelamente una experiencia de conocimiento memorable original, lúdica y divertida que querrá volver a sentir.

Mi proyecto desarrolló un concepto con neuroarquitectura, pues atiende al conocimiento de la percepción emocional a través de estímulos sensoriales provocados por la forma, el espacio físico y las sensaciones de sus ambientes coloridos. Así quise influir en la psique del usuario para que su percepción cambiará respecto a los residuos. El lugar ofrece espacios que invitan al caminante a reflexionar, pensar, aprender y reaccionar de manera inconsciente el habitar del lugar. Justo el objetivo principal de mi proyecto. Un lugar en donde el usuario inconscientemente aprenderá el proceso del reciclaje con una valoración ambiental positiva y enriquecedora.

Paulina Baro Rosas

Paulina Rosas Baro

Es arquitecta graduada con excelencia académica de la Uni­ver­sidad La Salle Cancún, con estudios en decointeriorismo habitacional impartido por la Federación de Colegios de Arquitectos de la República Mexicana, certificada en diseño del espacio, huertos urbanos y neuroarquitectura. Actualmente es diseñadora de interiores en la marca internacional West Elm, en la ciudad de Cancún.